Hyrule Warriors no es una nueva entrega de Zelda, es justo lo contrario. Frente al ritmo pausado, la exploración, los acertijos de lógica y la observación, en este acercamiento (el de Nintendo y el de muchos jugadores entre los que me incluyo) al género musou prima el «jugar con el piloto automático”. La acción desenfrenada, la guerra descerebrada. Valga la redundancia. Un Zelda matamuch y piensapoc. Por tanto, ¿un Zelda?
La propia princesa de Hyrule, Ganondorf, Impa, Sheik, Darunia y hasta el mismísimo Tingle, DLC mediante. Así hasta diecinueve personajes controlables. Es la dinastía que protagoniza este Warriors sin Dinasty en el título. Se dice que es un juego de fan service, de intentar agradar al aficionado a la saga. El que piensa en Zelda cuando se topa con una cueva en plena naturaleza, cerrando el círculo que inició Miyamoto cuando creó Zelda inspirándose en la fascinación que sentía al encontrar una gruta durante sus paseos por los bosques de los alrededores de Sonobe. Pero seguramente el aficionado preferiría un gran Zelda en Wii U en lugar de un juego que no se caracteriza por su mecánica de juego sino por lo mecánico del jugador que se pone a los mandos.
Porque como si de un ReDead se tratase, el jugador puede conseguir superar el juego en un estado zombificado: basta con aporrear un botón para erradicar a cientos de huestes del mal de las tierras de una Hyrule en la que números sobreimpresionados, efectos de luz y rupias bailan una coreografía a ritmo de versiones metaleras de las inolvidables melodías de la franquicia. Sí, el juego exige poco al jugador pero a cambio le da espectáculo y guiños, nostalgia, codazos de complicidad en forma de localizaciones extraídas de Skyward Sword, Twilight Princess y Ocarina of Time. No hay mucho más. Suena el “tinoninoní”, Nintendo ha resuelto el puzle: el sólo reclamo de sus franquicias basta para hacer pasar por caja a más de un millón de jugadores ofreciendo un tipo de juego que se parece muy poco al que han convertido en seña de identidad. Esa clase de juegos que consiguen convertir en un extraño placer el anodino acto de ver aumentar unos numeritos. Como si fuéramos unos accionistas.
De hecho, Hyrule Warriors es resultado de aquel cambio de estrategia que Iwata anunció a principios de 2014 ante los accionistas de su compañía de licenciar el uso de sus propiedades intelectuales de forma “más activa”. Algo que se ha traducido en lo que expresaba Chiconuclear en su certera reflexión sobre el juego en Anaitgames: Hyrule Warriors no es una prostitución de la saga, o lo es de la misma forma que el merchandising, que una taza de Garfield, que un Amiibo. A mí, al fin y al cabo, me gusta tanto como mi camiseta de la Trifuerza. Tras haber fantaseado durante años con un juego ambientado en la “guerra del encarcelamiento” y otras grandes batallas por la Trifuerza a las que se hace referencia en anteriores juegos de Zelda, tengo la sensación de que estas masacres a través del espacio-tiempo podrían haberse convertido en un juego más memorable. Un mejor juego. Desde luego uno no está acostumbrado a poner en cuestión la existencia de un juego de Nintendo. Pero tampoco pensé que existiría una entrega como Breath of the Wild…
(Columna publicada originalmente en deusexmachina.es)